¿Qué sucesión de fallas y limitaciones hizo posible ese brutal y horrible encuentro entre una persona que tiene un padecimiento mental y un policía que frente a eso no supo más que disparar un arma sobre él? ¿Cuántas cosas tuvieron que pasar antes para que ese encuentro sea posible? ¿Cuántas de las que pasaron después, cuando debatimos acerca del triste acontecimiento, no son más que un reflejo de aquellas que se fueron hilvanando y permitieron ese encuentro?
El presupuesto que se dedica a la salud mental en nuestro país, histórica e independientemente del color político de quien gobierne, es mucho menor que el recomendado por la OMS y está dedicado especialmente al sostén de los hospitales monovalentes o de especialidad.
Ese relegamiento no es ajeno al estigma social sino que responde, justamente, a lo que se llama “estigma estructural”, a la idea de que hay vidas que valen menos que otras y, por lo tanto, los Estados y las organizaciones no dedican mayores esfuerzos o presupuestos para ellas.
En ese encuentro en Exaltación de la Cruz, que fue en realidad un desencuentro, se dieron cita la falta de formación para situaciones como esta de las fuerzas de seguridad, el difícil acceso a dispositivos asistenciales, la falta de formación de agentes de salud y de creación de instancias de ayuda a la medida de las problemáticas existentes, las pobres campañas de prevención y concientización, el secreto y la vergüenza que flota sobre quienes tienen un padecimiento mental y sus familias, el uso peyorativo y estigmatizante de los términos vinculados con la salud mental y tantos otros determinantes sociales, culturales y políticos.
El tratamiento mediático de esta triste noticia no acudió a la cita pero la esperaba con sus miserias, su gusto por la grieta, sus aseveraciones proferidas con soberbia pero sin la formación o información necesaria, su falta de empatía con el sufrimiento de miles o millones de personas -máxime cuando no son públicas y están sumidas en la pobreza- y su vocación de profundizar prejuicios y miradas estereotipadas que vinculan padecimiento mental y violencia. Por supuesto, que hay excepciones.
En las mismas páginas en las que leímos en estos días acerca de este acontecimiento y de un hombre que lucha por su vida y su madre que lo acompaña con su amor de madre y su llanto, leímos también que algunos atletas que participan de los Juegos Olímpicos Tokio 2020 se animaron a decir que tenían algún problema de salud mental.
Esa tendencia se suma a la de muchas “celebridades” que vienen desde hace un tiempo contándonos acerca de sus padecimientos e invitando a que deje de ser un tabú hablar de ello.
Al mismo tiempo que advertimos sobre la presencia del estigma y los prejuicios, vemos que hay un gran movimiento que permitirá -esperemos- terminar finalmente con acontecimientos como el que nos convoca hoy a escribir estas líneas. Y nos mueve a recordar que la asociación entre problemas de salud mental y violencia es mucho menor que la que normalmente se cree o nos hacen creer y que es mucho más habitual que quienes tengan un padecimiento mental sean víctimas de la violencia que perpetradores.
Comisión Directiva
Proyecto Suma